lunes, 15 de diciembre de 2014

El fantasma que habita en esta casa

Dos días desde que me odias, desde que te he matado, y no hay nada aquí que no me recuerde tus lágrimas aquella mañana. Bastó apenas una noche y te apoderaste de cada espacio en esta casa en la que ahora vagas como un fantasma, como si hubieses vivido aquí por siempre. Te encuentro al cruzar el jardín desde la calle, al entrar en la cocina, al buscar un libro en la biblioteca, al subir las escaleras.

Tu sonrisa aún llena mi habitación, tus manos tomando todo cuanto en ella había: los libros, los recuerdos de la abuela, aquellas botellas de colección que hasta que tú las tocaste ya no tenían ningún valor. Tus palabras resuenan en mi cabeza: que también te gustaban las antigüedades, que si las fotografías de la ciudad, que si mi cómic favorito, que si las estrellas y las cortinas, que si tú, sentado sobre mi cama.

A donde miro quedan recuerdos, ¿cómo te bastó tan poco para dejar tanta huella? No puedo acostarme sin mirar tu lado de la cama y tu almohada, que te pertenecen aunque ocupaste por apenas unas horas. Tampoco puedo despertar de madrugada sin ver tu silueta sentada junto a la ventana, ni escuchar el trinar de las aves que viven en el árbol cercano sin recordar tu broma sobre los sinsajos,

Ni siquiera puedo apagar la luz sin que me envuelva ese sueño de dos años vuelto realidad, abrazándote por la espalda mientras te decía sin temor todo lo que siempre he sentido, enredando mis dedos en tu cabello mientras tus labios embriagaban los míos, tomando tus manos mientras te acercabas para besar mi cuello, para mirarme a los ojos y llevarme al cielo en el que, paradójicamente, tampoco crees,

Al amanecer, allí atacas más fuerte, porque a esa misma hora se quebraron mis sueños, se acabó el paraíso, me volví el villano que nunca quise, que causaba tu llanto, tu decepción, todo lo que nunca me hubiera permitido hacerte. El sol brilla y todo duele, no hay más ganas, no hay más noche para dormir y olvidar que te has ido, no hay más latido que valga la pena para intentar empezar de nuevo porque todos llevan tu nombre.

Es cierto, nada de esto rima, nada de esto está escrito en compás; y es que no, esto no es un poema ni mucho menos, es un diario de lo que sucedió aquella noche para no olvidar nada, para leer la historia una y otra vez antes de ir a dormir, para saber que no fue un sueño con detalles que se van discipando en el tiempo. Es un recuerdo de que el fantasma que hoy habita en esta casa, una madrugada fue de verdad.

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