sábado, 25 de julio de 2009

El precio del fracaso


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“Viviré a través tuyo, haré de ti lo que yo nunca fui
pues si eres el mejor puede que también lo sea yo…
Estoy haciendo esto por ti maldita sea!, no lo olvides
cuál es el problema? por qué estás llorando?...
Te amo tal cual eres, si eres perfecto”
Alanis Morissette

Era un día como cualquier otro en la ciudad, el tránsito no caminaba, los conductores lucían molestos, la montaña que le servía de telón a Quito en días de verano estaba totalmente cubierta por las espesas nubes grisáceas que presagian las torrenciales tempestades andinas de las mañanas de Abril.

Allí, en medio de ese escenario urbano, atascado con su coche entre los demás autos que esperaban el cambio de luz en el semáforo, se encontraba Israel, un hombre de mediana edad ataviado con el acostumbrado traje negro que su profesión de abogado le exigía; hablaba por el celular con algún colega de su bufete, seguramente ultimando los detalles de alguno de los sonados casos que estaba acostumbrado a defender.

Israel Zevallos era uno, por no decir el mejor de los abogados del país; su oficina siempre estaba llena de clientes que acudían a él: políticos, ladrones de guante blanco y hasta asesinos de traje y corbata; todos lo buscaban para librarse de la cárcel basados en los escandalosos casos que aparecían en la prensa casi semanalmente y que Israel resolvía como si se trataran de problemas de escuela.

Israel colgó el teléfono para avanzar por la avenida unos cuantos metros mas antes de volver a detenerse, las primeras gotas de lluvia empezaron a caer sobre el parabrisas y encendió las plumas a la vez que buscaba un cigarrillo en su chaqueta, era de aquellos que encienden cigarrillos cuando están molestos y sin alguien con quien hablar para pasar el mal rato. Y es que su vida era así, solitaria y aburrida, una vez su padre le había dicho que cuando se triunfa en el trabajo se fracasa en el amor, y esa era precisamente su condena, el precio de su éxito.

Mientras esperaba el nuevo cambio de la luz en el semáforo, Israel se tomó un tiempo para mirar a su alrededor: autos llenos de familias camino a las escuelas de los niños, parejas que viajaban juntos al trabajo, gente conversando en los autobuses, luego echó un vistazo a su propio auto y sintió el frío de la soledad y la nostalgia. Hacía solo un par de años que aquellos asientos de cuero negro estuvieron ocupados por una bella esposa y un par de inquietos niños que seguramente ahora estarían camino a la escuela como lo hacían los chiquillos de los carros del rededor.

Caminó una par de calles hasta que otra fila de autos lo detuvo nuevamente, dándole tiempo para recordar a su familia por unos instantes más. Casi pudo ver a Lorena sentada en el asiento junto a él, vestida con aquellos pantalones azules y la blusa palo de rosa que un delicado pañuelo envolvía por el cuello; la había conocido siete años atrás, mientras hacía un trámite en el banco donde ella trabajaba, y quedó perdidamente enamorado tras la primera cita en un concurrido restaurante del sector financiero de la ciudad. Un año después ya estaban comprometidos en matrimonio e ilusionados buscaban un lugar donde vivir después de la boda.

Israel se secó la lágrima que rodó por su mejilla izquierda y recordó una vez más la frase que le había dicho su padre: cuando se triunfa en el trabajo se fracasa en el amor. Un auto que tocaba el claxon tras del suyo le hizo darse cuenta que la fila de autos ya había avanzado y que él también debía hacerlo, aunque solo para detenerse una vez mas en la siguiente esquina. Las voces de unos niños gritando a su lado llamaron su atención, una pequeña van repleta de chiquillos de algún jardín de infantes estaba esperando en la fila contigua; una hermosa castaña de no más de 5 años y cabello rizado le sonrío, pero Israel no pudo más k voltear la cabeza para no perderse nuevamente entre los recuerdos, pero ya era demasiado tarde, la imagen de Doménica, su primera hija le invadió la cabeza.

Aún recordaba la tarde lluviosa en la que la tuvo por primera vez en sus brazos, cuando disfrutó el primer encuentro con los enormes ojos negros de la criatura que él describía como un ángel y con los cuales tendría cierta complicidad los siguientes seis años. Complicidad a la hora de la comida, cuando ocultaba aquello que Doménica ya no deseaba, complicidad cuando se paraba frente a él y con solo una mirada entendía que era hora de llevarla al parque, complicidad cuando iban a la juguetería a mirar y sin dudarlo sabía cuál era el que su hija más deseaba; complicidad tras complicidad que ya no existía más porque cuando se triunfa en el trabajo se fracasa en el amor.

Ahora llovía a cántaros, las primeras gotas de llovizna minutos atrás se habían convertido en una verdadera tormenta que hacía bajar la velocidad de los autos y por ende mas lento el viaje tras las filas de coches. Israel odiaba la lluvia de Quito, en su natal Manta no era tan fría como la de la capital; pero conocía de alguien que si adoraba la lluvia, que podía pasar horas en la ventana viendo las gotas golpear la ventana y hacer miles de preguntas sobre como aquella maravilla podía suceder: su curioso e inquieto hijo Sebastián, el ‘Sebas’, como le decían sus padres.

Con solo cuatro años, Sebas no podía quedarse con ninguna clase de duda que tuviera sobre el enigmático mundo que estaba descubriendo. En más de una ocasión puso en apuros a Israel y Lorena con preguntas sobre química, política, sexualidad, astronomía, física, electrónica y todo aquello que vemos todos los días pero que no nos percatamos de cómo y por qué están ahí. Pero de todos esos fenómenos, el que más llamaba la atención de Sebas era la lluvia, ¿cómo podía caer agua desde tan arriba?, ¿acaso la tiraba alguien?, ¿Por qué caía tan fría en su casa y mas caliente en la casa de sus abuelitos en Manta?... esa era la razón de la fascinación de Sebas por la lluvia, y por la que Israel odiaba aún más la lluvia de Quito que tantas horas había dedicado a admirar su pequeño hijo; pero cuando se triunfa en el trabajo se fracasa en el amor.

Estaba a punto de volverse loco entre el pesado tráfico, la intensa lluvia y los abrumadores recuerdos cuando vio delante las luces de una ambulancia, la fila de autos empezó a moverse lentamente e Israel pudo ver una patrulla, policías con sus llamativos ponchos de agua color naranja, socorristas bajando camillas de la ambulancia, y a pocos metros un auto negro con todo su costado izquierdo destrozado, seguramente por el taxi que se podía ver mas adelante y que también presentaba daños en su carrocería. Israel no avanzó a ver cuerpos o heridos, pero tenía la piel erizada por la familia que posiblemente viajaba en el auto, rumbo a la escuela de sus dos hijos, a dejar a su esposa en el trabajo del banco, o en la persona que viajaba en el taxi y que tal vez hubiera preferido no estar allí sino en casa abrazando a su familia y prometiéndoles un fin de semana juntos… otra razón mas para odiar la lluviosa, se pierde la visibilidad y siempre ocurren accidentes.

Finalmente pasó aquella lamentable escena y el caos del tráfico desapareció casi como si se tratara de magia; Israel pudo seguir sin atascos más que los que se formaban en ciertos semáforos de las grandes intersecciones. Llegó a un moderno edificio de la zona financiera, muy cerca del restaurante en el que se había citado con Lorena la primera vez, entró al parqueadero subterráneo saludando al guardia que custodiaba la entrada, se estacionó en su sitio, muy cerca de los ascensores, bajo del auto con su maletín en la mano y activó la alarma del auto.

Mientras subía en el ascensor sentía algo de inquietud, no sabía bien por qué pero la sentía, quizás era el gran caso que le esperaba en su despacho: un ex presidente de la República acusado de peculado. Las puertas se abrieron entonces en la Planta Baja donde entraron mas personas para seguir su camino hacia los pisos superiores, parando un par de ocasiones antes de que Israel se bajara. Caminó por el corredor de piso brillante y elegantes lámparas de pared mientras algunas personas de presuroso andar lo saludaban.

Israel se paró frente a una puerta de madera oscura con un elegante letrero que decía “Dr. Israel Zevallos y Asociados, Abogados”, entró en la oficina y echó una mirada rápida al elegante mobiliario, las costosas pinturas que colgaban de la pared, la brillante iluminación encendida por la oscuridad que causaba el cielo nublado de aquella mañana, hombres y mujeres yendo de un lugar a otro ataviados de costosos trajes de diseñador y al fondo su despacho privado al que se dirigió entre susurros de saludos a la gente que encontraba en su camino.

Se sentó y miró sobre su escritorio la fotografía de su familia, todos se veían tan felices y reales en ella, tan felices como los había recordado aquella mañana en su trayecto a la oficina, tan reales como cuando los dejó en casa aquella noche de pertinaz lluvia hace dos años, cuando salió furioso en un taxi tras una pelea con Lorena por no poder pasar el quinto fin de semana seguido con ellos por que tenía un caso muy difícil, de aquellos que le llegaban al bufete en el que para ese entonces estaba luchando por convertirse en socio.

Acaricio la silueta de Lorena, siempre arriesgada y segura de lo que hacía; ¡todos lucían tan vivos en aquella fotografía! Tan vivos como cuando Lorena y los niños subieron al auto para seguirlo; tan vivos como cuando Lorena lo llamaba al celular para pedirle que vuelva a casa; tan vivos como cuando la siempre intrépida mujer que había elegido como su esposa pensó que atravesando su auto en el camino del taxi podría hacerlo detenerse. Tan vivos como cuando Sebas preguntaba por qué el taxi no se detenía si ellos estaban allí delante, tan vivos como cuando Lorena se dio cuenta que la torrencial lluvia no permitiría al taxista verlos hasta cuando fuera demasiado tarde.

Un golpe en la puerta lo regresó a la realidad, su secretaria deseaba avisarle que el ex presidente estaba ya esperándolo afuera. Había llegado la hora de trabajar como cada mañana, hora de reivindicar el por qué la palabra éxito era su seudónimo entre los colegas… era hora de volver a la realidad, así lo había elegido, porque cuando se triunfa en el trabajo se fracasa en el amor.

FIN