viernes, 16 de diciembre de 2016

¿Sinceridad?

No sé qué escribirte, ¡te he fallado tanto!, te sumergí en un abismo de aguas oscuras y palacios hechos de recuerdos y coral que no se alcanzan a divisar desde la superficie tranquila y limpia de la apariencia, pero que invitan incansablemente a tomar asiento mientras crees esperar un sueño convirtiéndose en realidad, cuando solo estás mirando pasar los restos de tu propia nostalgia disfrazados de esperanza.

No sé qué decirte, me he callado tanto, te he ocultado tantas palabras que atiborradas unas junto a otras mueren en las yemas de mis dedos antes de llegar a saberse ciertas y conducirte a la locura, antes de guardar la historia que apagó tu sonrisa y solloza en los rincones de una mente atormentada por escenas que sucedieron, y que bailan con aquellas que nunca pasaron los límites de la casa de Morfeo y las nueve musas.

No sé cómo pedirte perdón, te he dañado tanto, he dejado entrar el veneno que siempre supimos terminaría por conducirnos a interminables noches de suspiros y lágrimas de rabia, que nos carcome el alma y la lucidez de las ideas como ya nos sucedió en el pasado, porque no aprendí, porque no pude resistirme a sus pestañas largas como el viento del oeste o a esas cálidas conversaciones sobre nada que consumían el todo de mis días con sus noches.

¿Cómo te pides perdón a ti mismo?, ¿cómo te explicas lo que te has hecho, lo que te has negado a repetirte para no abrir más las heridas en el pecho?, si cuando lo intentas te llenas de recuerdos que dibujan sonrisas y arrancan lágrimas de dolor, pero también de ira. No sé cómo decirme que ya el mundo es diferente, que ya todo ha cambiado entre nosotros y que solo nos hemos convertido, mi corazón y yo, en un mal recuerdo para quien siempre pudo mantener su camino, para quien nunca fuimos parada ni descanso, para quien solo fuimos un amigo.

miércoles, 14 de diciembre de 2016

Desde San Pedro Alejandrino


Te pienso tarde, como siempre, desde San Pedro Alejandrino en Santa Marta, como si supiese mi destino y comenzara a encomendarme al cielo para encontrar la paz más allá de la que gané para los pueblos americanos, la vida más allá del amor que me diste tú, mujer de fuego y terciopelo, y más allá del tiempo que me ha condenado al olvido después de haber sido el Aníbal del Nuevo Mundo.

Se ha escondido de mí la gloria de aquel tiempo libertario, mi Manuela de Quito y de América, se ha escondido en los bargueños del Palacio de San Carlos o en los jardines de la Quinta Portocarrero donde tantas veces te hice mía, y donde fui tuyo sin recelo, donde pululaban las mariposas y flotaban las miradas cómplices tras las cortinas y sobre los mapas de campaña.

Y es que yo, Manuela de mi alma y de mis brazos, ¡yo, libertador de seis naciones!, me rendí a tus labios carmesí como los grandes imperios aborígenes americanos se rindieron ante un puñado de brillantes yelmos y caballos venidos del oriente. Yo, ¡comandante de mil ejércitos!, me entregué a tus encantos como un niño se entrega a los mantas de vicuña en medio del crudo invierno de Los Andes en los que naciste, sin saber que el tiempo está recrudeciendo por fuera del abrigo.

Y aquí me hallo, mi Manuela de ayer y de siempre, sin poder moverme de esta cama que aprisiona no solo el cuerpo sino también los latidos de mi pecho, que se ahogan por los recuerdos de tu cabello negro como la noche caraqueña y de tu blanca piel como la fina nieve del Chimborazo. Las sábanas de algodón, que hoy son mis barrotes, las he convertido en el lienzo para abandonar victorias y derrotas, para dejar ir a Colombia y dejarte ir a ti bailando minuet, como en casa de los Larrea el día que te conocí por vez primera.

¿Y es que sabes, mi Manuela de nobleza y pueblo llano?, aunque Teresita se quedó con mis promesas y mis votos para siempre, fuiste tú quien se quedó con mis silencios y sinfonías, con mis calmas y tempestades, con esos sinsentidos que un día nos llevaban al Caribe para admirar sus plácidas aguas turquesas, y al otro nos hundían en el Atlántico para no olvidar que somos hijos de Prometeo y no de Poseidón.

¡Ah, mi Manuela de montaña y de sabana!, cuánto faltan esos mares turbulentos en lo que navegamos juntos de la mano y sin rumbo fijo, pero con la certeza de una grandeza que nos esperaba al otro lado de la historia, como Colón cruzando el mundo para darle nombre a esta patria que ayer liberamos juntos. Quizá por eso he venido a morir en Santa Marta, porque el clima me recuerda la calidez de tus miradas y el viento de la costa me lleva de regreso a esos instantes en que me ensordecía tu respiración agitada al amarnos por la noche, o al correr finalmente libres por América.

domingo, 23 de octubre de 2016

Recuerdo que no pude llorar

Y recuerdo que no pude llorar, que estaba inundado por dentro pero las lágrimas se negaban a morir lanzándose al abismo de mis mejillas, a dejarse ver derrotadas mientras tomabas tus cosas y te marchabas. No pude llorar, gatito, no pude aunque moría por dentro y sentía como una bala me atravesaba los años, hundiéndose en los sueños e infectándolos de oscuridad.

Y autómata de aquel adiós que no podía evitar, sólo pude acompañarte hasta la puerta y seguir tus pasos adelantados por la calle, con la cabeza abajo y el silencio quebrándome la vida, con las manos llenas de rabia pero sin la fuerza para sostenerte porque dentro todo en mí se rompía. El camino lo conocía desde la infancia cuando recorría momentos felices junto a mis padres, pero que esa mañana soleada se tiñó para siempre de dolor y remordimiento mientras te alejabas indiferente, para abordar un taxi rumbo al olvido.

El regreso a casa fue el infierno siguiéndome a la puerta, colándose tras de mí por la ventana mientras la inercia me llevó sin saber cómo hasta la habitación, donde me dejé caer sobre el alfombrado espacio que aquella madrugada había dejado de ser solo mío, y fue nuestro. Era la tristeza más grande que me ha inundado el pecho y yo seguía sin poder llorarla, solo sentía el peso de ese llanto queriendo desbordarse sin saber cómo, o quizá tenía vergüenza de que el cielo de una vida a tu lado como siempre había querido se escapó entre mis dedos.

Y recuerdo que no pude llorar, que la mirada se me perdió por horas en la nada, y yo me perdí en el primero de mis instantes de locura, y desde entonces ya nunca he podido dejarte de llorar.

martes, 4 de octubre de 2016

¿Me sientan mejor estas arrugas, Simón?


¿Me sientan mejor estas arrugas, Simón?, ¿estas abruptas quebradas que se ciernen de a poco y sin piedad sobre la piel de porcelana que un día amaste tanto? Me miro al espejo de cristal de roca que me regalaste después de que salvé tu vida en Santafe, lo único que pude traer conmigo a este lugar olvidado del mundo, y parece que las marcas del tiempo se ven menos duras por fuera de lo que se aprecian desde el alma atormentada de la mujer que fui, valiente en la guerra, decidida en la adversidad y complaciente en el amor.

Me reflejo en la fuente de plata que me regaló Garibaldi cuando pasó a visitarme hace unos meses, y encuentro que las arrugas me sientan mejor que el hambre de patriotismo dejada por este destierro que me han impuesto, tan lejos y a la vez tan cerca de mi patria, de su corazón y probablemente de su historia. Me lucen, Simón, mejor que los delicados vestidos de algodón y seda francesa, brillando a la luz de las velas mientras bailábamos un vals en los salones del Palacio de San Carlos, y todas las mujeres de la Nueva Granada me envidiaban el estar tan cerca de tu condecorado pecho.

¿Será acaso que me sienta mejor esta soledad, Simón?, pues a veces me parece placentera frente a la lisonjera venia de las mujeres más refinadas de Santafe, Caracas o Quito, que tras sus sonrisas falsas me llamaban ilegítima, concubina y prostituta, sólo porque fui hija del amor y no de la ley, porque me revelé ante la imposición de un futuro triste junto al hombre que aborrecía, o porque me enamoré de un general libre pero de palabra, que respetó hasta el final de sus días la promesa de no volver a casarse que le hizo a su difunta esposa.

Cierro los ojos y recuerdo la condecoración del Sol de Perú engalanando mi vestido blanco con la cinta albiroja, y también aquellos uniformes militares, tan masculinos para mi cuerpo voluptuoso de mujer en celo y enamorada, pero que portaba con gallardía en las altas cumbres de los Andes y los valles de la costa del Pacífico, buscando la libertad de nuestros pueblos. Y recuerdo también, Simón, el besamanos de aquellos oficiales y soldados que apenas salían de mi presencia inventaban chismes, cual matronas sin oficio, sobre mi vida sexual entre las sábanas blancas de una cama que por años compartí con el hombre que liberó América.

Miro alrededor, a las esquinas de esta pequeñísima cabaña en la playa de Paita, paupérrima pero que alberga conmigo los recuerdos de los más exquisitos muebles tapizados sobre los que saltaba cuando niña en la casa de mi padre en Quito, de los más hermosos gobelinos que admiré en los palacios de Lima, con escenas tan románticas que empalagarían hasta a la misma Afrodita, o de las vaporosas cortinas que nos cubrían de los ojos del mundo cuando estábamos juntos en Santafe, Simón.

Miro todo y me siento sola, me siento sola y estoy vieja pero no de edad, sino de recuerdos que absorben los últimos años de la mujer adulta y decidida que te enamoró desde un balcón en Quito. Y si por las noches me repito entre sueños que no has muerto, que no has abandonado a Colombia ni me has abandonado a mí, al clarear el cielo me convenzo de que estás más lejos que Panamá, las Antillas y este turbulento océano de inseguridad en el que me dejaste para exhalar, sola, mi último suspiro.

jueves, 1 de septiembre de 2016

1460 noches

1460 días que han dado la vuelta al mundo, Fausto
1460 días que aquí no han sentido el embate del tiempo
no se han cubierto con la capa blanca que los convierte en recuerdos
ni se han acurrucado, inapropiados, en la esquina del salón

Ya no se escuchan los latidos insistentes, Fausto
ya no se arrojan sobre mi pecho para gritar tu nombre
se han resignado como el preso a la condena, a la muerte en vida
detrás de los barrotes invisibles de mi eminente locura

El alba no abriga ya esperanza de volver a verte, Fausto
ya la tibieza de tu voz no resuena con la misma nota cálida
se ha perdido entre los intentos de desangrar la herida para secarla
en los murmullos de los delirios que me acosan por la noche

Hoy me he reflejado en los espejos como siempre, Fausto
y he visto por qué nunca fui digno de tus pupilas de castaña
se ha quebrado el cristal y arremolinándose elevó los pedazos al viento
acariciando y empujando mi cordura hasta un abismo turbulento

1460 días han pasado desde nuestro primer saludo, Fausto
1460 y la mitad de ellos se convirtieron en noches sin estrellas
pues todas, enamoradas de ti, han huido para adorar a quien ahora te ama
dejándome apenas la llama de una vela sostenida por mi esquizofrenia

1460 días y tú te has ido para siempre, Fausto
dejándome sólo estas 1460 noches previas a la locura.

viernes, 19 de agosto de 2016

La última canción de papá



Recorríamos una solitaria carretera al norte de Esmeraldas, rodeada de colinas rojizas y cubiertas con plantaciones de banano, café y cacao. El cielo se iluminaba con los primeros rayos del sol de la mañana, brillando como sólo sucede en estas tierras equinocciales en las que nacimos, mientras el aire tibio ingresaba por la ventana del copiloto con ese olor a paz, campo y libertad.

Allí estaba sentado yo, escuchando precisamente esta canción con los audífonos puestos y sintiendo que recorría algún paraje de película, mientras papá conducía escuchando su propia música en el tocadiscos del auto, y el resto de la familia aún dormía plácidamente en el asiento trasero.

Ese verano fue el último viaje que hicimos con papá antes de que muriera hace ya nueve años. Las cosas no iban nada bien entre nosotros, siempre peleábamos, y esas vacaciones yo utilicé la música para evitar las conversaciones con él.

Por eso es tan curioso que justamente esta sea la canción que escuchaba aquella vez, y la que ahora me lo recuerda siempre: era la letra que la vida me puso delante en ese momento, y no supe comprender.

martes, 16 de agosto de 2016

martes, 5 de julio de 2016

Triste cuervo

No fui el cuadro que esperabas, ni el poema entre tus labios
fui más bien un triste cuervo que intentaba parecer un cisne
no contento con la afrenta, osó un día enamorarse
de quien nunca le sería, de un hermoso mirlo azul
que aleteaba por la puerta, que iniciaba el vuelo de la vida
y buscaba la belleza de unas plumas coloridas
y aunque dentro era arcoiris, yo por fuera estaba oscuro
en lugar de plumas de ángel, era sólo un triste cuervo.

sábado, 4 de junio de 2016

Ignominia

No es la gente ni son sus palabras, es sólo que prefiero ignorarlos
alejarme de aquellos parientes y amigos que me quieren, y me es difícil
ensordecer descaradamente a propósito ante los llamados del mundo
como aquel amor que ignoró mis golpes insistentes a su puerta.

Y es que no quiero llegar a viejo, ni tan siquiera a los cuarenta
menos aún con este sentimiento de soledad entre tanta gente
sino con el de vacío absoluto pero sincero de mi desdicha
con un silencio tan oscuro que no me recuerde un fracaso a medias.

viernes, 25 de marzo de 2016

Suspiros por la mañana

Es cierto que no soy como aquellos que te arrancan suspiros por la mañana, esos que dibujan tu perfecta sonrisa cuando te hablan, como los atractivos hombres que te buscan y a quienes ni siquiera me acerco a parecerme.

Pero he estado allí cuando nadie más estuvo y aún cuando no me querías a tu lado, me confesaste el lado más oscuro de tu vida y no juzgué ni corrí lejos, llegué a amar hasta tus manías más despreciables, te he buscado aún cuando cada vez simplemente decides mirar a otro lado.

¿No merezco acaso un saludo, una despedida, una explicación de por qué ya nunca quieres hablar como solíamos hacerlo? Porque si es cierto que no soy como aquellos que te arrancan suspiros por la mañana, ellos tampoco te quieren de la manera en que yo, a pesar del tiempo y de todo, aún te quiero entre mis propios suspiros por la mañana.


lunes, 21 de marzo de 2016

11:11

Después de despertarme se sentó en la cama y conversamos como siempre, de cosas sin sentido pero nuestras, él apoyado contra la pared y yo aún envuelto en las cobijas, aferrándome a los últimos segundos de aquel sueño que había vivido una vez más.
Son las 11:11, me dijo de pronto después de mirar su teléfono
¿Qué dijiste?, respondí porque no había entendido
Son las 11:11, pide un deseo

Sonreí y fingí que no tenía importancia lo que había dicho, pero en el fondo sólo pensaba cuántos 11:11 había pedido volver a dormir a su lado y abrazarle como aquella madrugada. A mí los 11:11 se me habían cumplido, y él estaba a mi lado como siempre quise, no se me ocurría desear nada más en ese momento.

jueves, 17 de marzo de 2016

Fausto

¡Estoy roto!, estoy roto y aún así lo que queda de mi alma me reprocha
¿Qué hago intentando fingir que le entrego un corazón completo?
Cuando en realidad los pedazos se quedaron latiendo a tu lado
Latiendo en silencio, latiendo mientras tú ya lates por otros
Latiendo porque estoy roto, intentando entregar un corazón incompleto.