domingo, 10 de noviembre de 2013

El corazón, como los platos de la abuela: ¡roto!

Que triste cuando sientes que algo se muere para siempre dentro de ti. No, no duele, solo sientes nostalgia porque sabes que ya no volverá más, ya no tiene espacio, ya no tiene arreglo. De pronto intentas aplacar ese ¡crack! que escuchaste, intentas inundar su ruido con música de Alanis.

Que triste cuando sientes que de nada sirvió el consejo de la abuela sobre pegar los platos rotos de la vajilla china y cuidarlos mucho, ella no los sacó más, entonces tú tampoco lo usaste más. Que sabia era la abuela, ella aún conserva sus platos, remendados pero ahí están al fondo del cajón; en cambio tú, tú ya no tienes nada, se rompió por última vez y haz entendido que ya no hay arreglo.

Pero si solo fue un resbalón, te dices angustiado tratando de excusar tu torpeza, no fue nada que pudiera haberlo averiado seriamente, fue tan rápido que no pudo haber causado tal daño. ¡JA!, que equivocado estabas, y entonces aceptas derrotado que es triste cuando te das cuenta que le bastó tan poco para desarmar tu escudo, y tan solo unos segundos para tirar años de cuidado al piso. Si, como ese bebé que tira la pieza de porcelana más preciada de la casa, la que tu madre guardaba para obsequiarle al amor de tu vida el día de tu boda, ¡que triste!.

Que triste es cuando sabes que te rompieron el corazón por última vez.