domingo, 7 de junio de 2009

Escapando de mí, otra vez...

Dí que es verdad, que hoy no habrá nada más allá de mí y de ti
Que adoras bailar lento, un día en el parque, y abrazarme así
Para después huir llevándote mis sueños, mis anhelos y mi razón
Llevándote los viejos cuentos de hadas que guardaba en el cajón.

Y así amaré, me enamoraré de ti otra vez
Y así lloraré sin saber si tú lo haces talvez
Y así correré, me escaparé de mi otra vez
Me esconderé esperando no verte talvez.

Huye de mi eterna soledad, de mi vacía compañía y absurda libertad
Es la única manera que conozco de amar, aquella que no es felicidad
De esa manera en la que juras al cielo que un ‘juntos’ será eterno
Para después de mirar hacerme caer de tu cielo directo a mi averno.

Y así amaré, me enamoraré de ti otra vez
Y así lloraré sin saber si tú lo haces talvez
Y así correré, me escaparé de mi otra vez
Me esconderé esperando no verte talvez.

martes, 2 de junio de 2009

El cuento de una noche quiteña de Abril - II parte

Aquí la segunda parte del cuento que publiqué en 2008, inspirado en las noches quiteñas de Abril, noches de lluvia y asfalto mojado... Noches que tienen miles de historias que terminar de contar, justo como esta:


En aquel momento no sabía si era lo que había esperado, no le importaba, lo fundamental era que lo tenía finalmente delante de él, sus rodillas temblaron, su respiración se cortó, sus manos se congelaron y tenía muchas ganas de sonreír y abrazarlo; pero no se dejó llevar, las dudas aún estaban: ¿le gustaba?, ¿era lo que esperaba?.

Tras un saludo tan frío como el clima de aquella tarde, casi noche, y después de unas sonrisas nerviosas, un par de miradas encontrándose y evadiéndose, José le entregó a Fernando el video y el disco que le había prometido como regalo por los tres meses que llevaban juntos, un regalo que rememoraba su gusto musical adolescente por un quinteto británico, que para Fernando significó el primer obsequio atesorable de un amor.

José fue el primero en romper la monotonía de una conversación casi monosilábica,
- ¿Quieres ir al lugar en el que me estoy quedando?, no hay nadie allí, las personas con las que estoy se fueron a visitar a un amigo
- Claro, respondió Fernando algo nervioso, me encantaría
El lugar quedaba a la vuelta de la plaza en la que se habían citado, una hermosa casa de época con un cobertizo independiente en el que se habían acomodado José y los dos amigos que viajaban con él. Entraron como si fueran a ser escuchados por alguien, y aunque no había nadie en toda la casa, José le pidió a Fernando que no hiciera ruido y prefirió no encender las luces para no llamar la atención si alguien llegaba de improviso.

Apenas cerraron las puertas del cobertizo, y tras pedirle perdón por no poder ser romántico en aquella situación, José besó a Fernando en medio de la oscuridad, se detuvo para retirarse sus anteojos y terminó el beso mordiendo suavemente sus labios. Por primera vez en su vida Fernando sentía algo diferente al besar a alguien, se dio cuenta que estaba perdido, no era solo el deseo acumulado por besarlo durante los tres meses previos, sino que iba más allá, estaba enamorado y lo confirmó en aquel instante que, aunque no lo hubiese sido en lo absoluto, para Fernando fue el momento más romántico de su vida hasta entonces.

Tomándolo de la mano José llevó a Fernando por unas escaleras pequeñas, muy angostas para que sus pies cupieran completos en el escalón, al final había una pequeña habitación con una especie de balcón desde el que se podía mirar hacia abajo. El piso de madera crujía mientras José llevaba a Fernando junto a la cama, y con un techo bastante bajo para el metro ochenta y tres de estatura que Fernando tenía, este se golpeó la cabeza con una de las vigas que sostenían la techumbre.

Tras un apasionado beso, José volvió a pedir disculpas por lo poco romántico del momento, pero si deseaban hacer algo aquella noche, debían apurarse para no ser sorprendidos por los dueños de casa y sus compañeros de viaje, o al menos eso dijo; se sentó en la cama y se quitó toda la ropa con bastante rapidez mientras Fernando se quedó parado observándolo y guardando esa imagen en su memoria para la eternidad,
- Yo ya me desnudé, es justo que tu hagas lo mismo, dijo José con una pequeña sonrisa entre sus labios
- Tengo algo de miedo, respondió Fernando
- ¿Por qué?, no es nada que no hayas hecho antes

Lo que José no sabía es que, en medio de una de tantas conversaciones que habían mantenido antes de conocerse en persona, Fernando había mentido sobre su pasado sexual, tras escuchar las historias de José y ver la experiencia que él tenía en el asunto, se sintió avergonzado de su virginidad e inexperiencia, y decidió inventar un pasado bastante imaginativo y detallado con el que pudiese estar al mismo nivel de José.

Las rodillas de Fernando temblaron una vez más, era ahora cuando debía confesar la verdad, pero sintió que aquello sería una vergüenza aún mayor que no desempeñarse bien en la cama, entonces se quitó la ropa y se quedó con el interior puesto; José lo llamó para que se sentara a su lado en la cama y así lo hizo, casi a tientas por la opacidad de la noche. José lo acostó sobre la cama y empezó a besarle a la par que terminaba de sacarle el bóxer que Fernando aún tenía puesto; mientras sentía por primera vez el placer de los labios de alguien recorriendo su cuerpo, Fernando miraba por el pequeño tragaluz que había en medio del techo de madera, la luz de la luna era muy débil y apenas pasaba entre las espesas nubes, sin embargo la sintió más bella que nunca.

Más, el miedo volvió a apoderarse del inexperto Fernando cuando José lo volteó para hacerlo suyo, por apenas un instante, solo por un par de segundos lograron ser una sola carne porque el dolor y las lágrimas se apoderaron de él y rogó para que José se detuviera; ahora era Fernando quien pedía disculpas, José trató de encontrar una explicación entre las falsas historias que Fernando le había contado sobre sus experiencias previas, seguramente se sentía confundido con lo sucedido, sin embargo trató de minimizar la situación diciéndole que no sucedía nada, y así terminaron la noche intentando otras formas menos ortodoxas de complacencia que a la final Fernando sabía no habían satisfecho a José.

Fernando se sentía culpable por no haber podido responder adecuadamente a las expectativas de José aquella noche, por no haber podido consumar el amor que le tenía, por haber fallado. La manera rápida, casi violenta, en que José se vistió y lo incitó para que hiciera lo mismo solo confirmaba el fiasco que para José se había convertido aquel primer encuentro, y Fernando sabía que era la razón de aquel desencanto, y quizás esa misma sensación de culpabilidad fue la que le hizo pasar por alto que a aquel encuentro solo le faltaron unos billetes para haber recibido el trato de una ramera a la que trataron con algo de respeto.

Antes de salir del cobertizo Fernando intentó mermar al menos algo de la decepción que sabía era para José, e intentó darle un par de besos que no fueron tan bien recibidos y por ello no volvió a insistir. Caminaron por las calles del distrito turístico por un rato, conversando de la ciudad y de lo que había hecho José aquella mañana con sus amigos en el teleférico del volcán; Fernando sabía que esa era una de aquellas charlas de relleno, de las que se producen cuando las personas ya no quieren o no tienen ya de que hablar.

Se sentaron en una esquina donde la gente estaba aglomerada, José compró un cigarrillo y lo encendió mientras continuaban la vacía conversación; Fernando se jactaba de poder hablar con cualquier persona y de cualquier tema durante horas, sin embargo aquella noche estaba callado, no eran sus nervios o su casual desconfianza las que no le permitían tener una charla interesante, sino su vergüenza y su frustración por lo sucedido en el cobertizo.

Después de casi verse obligados a entregar el cigarrillo a un hombre que se los pidió con un tono amenazante, prefirieron entrar a uno de la acera de en frente, el lugar estaba vacío, solo un grupo pequeño ocupaba una mesa en la equina más alejada; apenas se sentaron y pidieron un par de cafés José se levantó para ir al baño, en donde tardó un largo rato, o al menos eso pensó Fernando aquejado por la culpa casi ridícula que sentía aún.

Cuando José regresó a la mesa conversaron un rato y Fernando sintió que era el momento de entregarle el obsequio que le había llevado, no estaba seguro de si lo volvería a ver o a saber de él después de aquella noche, pero si de algo estaba seguro era de que estaba enamorado de José y por ello procedió a entregarle el objeto más preciado que tenía. Sacó de su mochila la libreta que siempre llevaba con él, y de entre sus páginas sacó un pedazo de madera delgada, una especie de corteza, con un paisaje dibujado y una inscripción de la Biblia que decía “a la verdad la mies es mucha, más, los obreros pocos, rogad pues” y se la entregó a José. Fernando le explicó que aquel objeto era el único que su padre, fallecido asía dos años, le había hecho con sus propias manos; que se lo había regalado en medio de una etapa en la que su relación padre-hijo atravesaba el peor de los momentos, y con ese simple pedazo de naturaleza supo que el amor de su padre aún estaba allí y por ello se había transformado en el más importante y significativo de los recuerdos que le habían quedado de él después de su muerte.

José tomó el obsequio, talvez nunca entendió la enorme importancia que para Fernando tenía aquel insignificante trozo de madera, y lo guardó en su bolsillo. Terminaron el café y cada cual pagó su consumo, como si fuesen solo un par de amigos que se sentaron a pasar el frío de la noche con una taza de café caliente.

Cuando salieron, José le explicó a Fernando que ya pronto llegarían sus anfitriones y sus amigos, a los que había prometido una botella de tequila para pasar la noche, así que la compraron y volvieron a la casa del cielo de madera y un tragaluz de luna a la que Fernando describiría después en una de sus tantas poesías de desamor; se despidieron en la puerta de calle, sin abrazos ni apretones de manos, solo un par de palabras y José entró al cobertizo mientras Fernando se alejaba por la calle, caminaba rumbo al este, hacia donde podría tomar un bus que lo llevara a la casa de una pariente que vivía cerca del sector, aunque la verdad era que Fernando no deseaba llegar a la suya y echarse a llorar entre los recuerdos de lo que sabía que había sido un cuento mágico, al menos hasta aquella fatal y fría noche quiteña de abril.