jueves, 2 de octubre de 2008

El Cuento de una Noche Quiteña de Abril

Este es un pequeño cuento en el que he venido trabajando hace algún tiempo, aún no está listo, pero creo que la primera parte ya se ve medio decente como para presentarla (al menos aquí) Ahí va:


EL CUENTO DE UNA NOCHE QUITEÑA DE ABRIL
(I Parte) 


“Con las lágrimas de mi almohada
está escrita la historia hasta el día de hoy
entre gotas de lluvia amarga
del primer resbalón sentimental”
Fey


Llovía como hace tiempo no lo hacía, el olor del asfalto mojado inundaba la andina ciudad, el gran volcán que la cobija no se alcanzaba a divisar entre las espesas nubes grises que de un momento a otro cubrieron el horizonte de Quito, había llegado Abril, el mes de las lluvias.

Fernando tenía miedo del encuentro que le esperaba, se habían hablado por teléfono y escrito por Internet, pero era la primera vez que le vería en persona. Sentado en el vestíbulo de un edificio ubicado en pleno distrito turístico, aguardaba el momento en que le comunicaría que estaba cerca; el corazón le palpitaba fuerte, a veces tenía el impulso de regresar a su casa y dejar morir todo allí, el temor de no gustarle era lo que más le atormentaba.

Para tranquilizarse, sacó el cuadernillo que siempre llevaba con él, lo abrió, y entre docenas de poemas que le había escrito a lo largo del tiempo que estaban juntos encontró una página vacía y comenzó a dibujar el árbol que había del otro lado de la calle: ramas desnudas que se alzaban buscando alcanzar el lánguido cielo, como buscando desembarazarse de un suelo que no le dejaba ser libre.

El tiempo parecía no correr, o si lo hacía, era demasiado lento, Fernando era algo impaciente y eso solo agravaba su tormentosa espera; la gente pasaba y lo miraba, o al menos eso pensaba él, tal ves solo miraban las vitrinas que había detrás. El boceto del árbol desnudo era realmente bueno, nunca había hecho un dibujo que capturara tan bien la esencia de un objeto, quizás el frío ayudaba a inspirarse, Fernando siempre había amado los días grises y lluviosos, le parecían perfectos para pasear y pensar en los detalles de la vida, como aquel árbol sin hojas en el que pudo encontrar cierta belleza por demás extraña.

Una vez terminado el dibujo, Fernando no pudo resistirse a mirar las primeras hojas de su cuadernillo, donde había escrito las primeras frases que su historia de amor le había inspirado, en especial la letra de aquella canción que le compuso unos días después de conocerle en el Messenger y pedirle que sea su valentín para ese día, su primer 14 de febrero como la pareja de alguien. Aún le parecía increíble que hubiesen pasado ya tres meses desde aquella primera conversación, desde que había conocido el amor por primera vez.

Finalmente su celular sonó, a través de un mensaje de texto le pedía que se encontraran en un lugar de moda cercano; Fernando guardó su libreta y se levantó, las piernas le temblaban: “es por el frío” se decía a sí mismo, era mejor eso que aceptar que sus nervios estaban a dos minutos de controlarlo. Las tres calles que lo separaban del lugar en que lo habían citado se hicieron eternas, y su ansiedad se intensificó más aún cuando llegó y no encontró a nadie en la plaza, se paró en una de las esquinas y aguardó allí unos minutos, largos minutos que por poco destrozan su corazón y llenaron su cabeza de preguntas:
- ¿me habrá visto y se marchó porque no le gusté?
- ¿pensaba encontrar a alguien mejor y por ello no me reconoce?
- ¿se habrá burlado de mí?

Con su pensamiento sumido en un alborotado mar de incertidumbre, Fernando no sintió cuando alguien se paró a su lado y lo saludó, saliendo de su letargo volteó la cabeza y saludó disimulando lo mejor que pudo sus nervios; allí estaba su gran amor, su primer sentimiento real, el ángel que había llegado a iluminar la oscura noche en que vivía… el príncipe al que solía apodar “monito bello”, José.

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