Capítulo I - El valle del río Mayo
El camino se hacía más angosto, y el mariscal sentía que el tibio sol de la mañana no le calentaba ni la capa que llevaba encima, a pesar de su valiente historia militar sentía temor, algo de angustia y mucha ansiedad. Había librado batallas en Ayacucho y Tarqui, había triunfado en Pichincha y Mocha, había gobernado el Perú y Bolivia, pero esta vez era diferente, por primera vez buscaba su propia libertad y no la de alguien más.
Antonio José pasó su mano por el cabello y recordó como su suegra le decía cariñosamente "el sambo", ahora con más razón que nunca pues la humedad de la selva de Berruecos lo encrispaba sobre manera. Avanzaba sobre su caballo junto a la pendiente, divisando a lo lejos un camino mucho más seguro y amplio; seguro para muchos, pero no para él en ese momento.
El camino se hacía más angosto, y el mariscal sentía que el tibio sol de la mañana no le calentaba ni la capa que llevaba encima, a pesar de su valiente historia militar sentía temor, algo de angustia y mucha ansiedad. Había librado batallas en Ayacucho y Tarqui, había triunfado en Pichincha y Mocha, había gobernado el Perú y Bolivia, pero esta vez era diferente, por primera vez buscaba su propia libertad y no la de alguien más.
Antonio José pasó su mano por el cabello y recordó como su suegra le decía cariñosamente "el sambo", ahora con más razón que nunca pues la humedad de la selva de Berruecos lo encrispaba sobre manera. Avanzaba sobre su caballo junto a la pendiente, divisando a lo lejos un camino mucho más seguro y amplio; seguro para muchos, pero no para él en ese momento.